Las propiedades opuestas de estas sustancias en el sistema nervioso central (SNC) pueden generar efectos impredecibles en lo psicológico, físico y emocional. Además, la cocaína tiene riesgos intrínsecos significativos que no se ven mitigados por el CBD.
Efectos cruzados: El CBD podría atenuar algunos efectos ansiógenos de la cocaína, pero no elimina sus riesgos cardiovasculares ni su impacto en el SNC.
Impacto cardiovascular: La cocaína aumenta significativamente la frecuencia cardíaca y la presión arterial, lo que puede sobrecargar el sistema cardiovascular. Aunque el CBD tiene propiedades que podrían reducir la presión arterial, no contrarresta completamente los efectos de la cocaína, dejando un riesgo elevado de hipertensión, arritmias y ataques cardíacos.
Riesgo psicológico: La cocaína puede inducir paranoia, ansiedad y nerviosismo. Aunque el CBD tiene propiedades ansiolíticas, su capacidad para equilibrar estos efectos puede ser limitada en el contexto de la hiperestimulación inducida por la cocaína. La combinación podría generar una experiencia confusa y emocionalmente contradictoria, con períodos alternados de calma y agitación.
Sobrecarga sensorial: La cocaína intensifica la actividad mental y física, mientras que el CBD tiende a promover relajación. Este contraste puede ser desorientador y dificultar el manejo de la experiencia emocional.
Metabolismo y carga hepática: Ambas sustancias son metabolizadas en el hígado. Aunque no hay evidencia de que interactúen directamente en términos metabólicos, el uso conjunto puede aumentar la carga hepática, especialmente si se consumen en dosis altas o frecuentemente.
Uso recreativo: En contextos recreativos, las personas podrían usar CBD para tratar de mitigar los efectos ansiógenos o de “bajada” de la cocaína. Esto puede generar una falsa sensación de seguridad y llevar a un consumo excesivo de cocaína, aumentando los riesgos de sobredosis.