Efectos cruzados: La combinación de un estimulante con un depresor puede generar efectos contradictorios en el cuerpo, dificultando el control de la temperatura, la hidratación y el equilibrio físico.
Riesgo de deshidratación y hipertermia: El MDMA ya tiene un riesgo significativo de causar deshidratación y sobrecalentamiento, especialmente en contextos como fiestas o discotecas. El alcohol agrava este riesgo al ser un diurético, que incrementa la pérdida de líquidos y afecta la capacidad del cuerpo para regular la temperatura.
Impacto cardiovascular: El MDMA aumenta la frecuencia cardíaca y la presión arterial, lo que ya supone un riesgo cardiovascular considerable. El alcohol puede enmascarar estos efectos iniciales, haciendo que los usuarios subestimen los riesgos. Esta interacción puede llevar a una sobrecarga del sistema cardiovascular, aumentando el riesgo de arritmias o colapso.
Riesgo psicológico: El alcohol puede disminuir la claridad mental y el juicio, lo que puede llevar a decisiones peligrosas mientras se está bajo los efectos del MDMA, como consumir dosis adicionales. La combinación puede intensificar los sentimientos de confusión o ansiedad, especialmente cuando los efectos del MDMA empiezan a desvanecerse.
Riesgo de sobredosis y toxicidad: El alcohol puede reducir la percepción de los efectos de la MDMA, lo que podría llevar a consumir dosis más altas de lo normal, aumentando el riesgo de toxicidad. La combinación de estas sustancias también aumenta el riesgo de daño hepático y estrés oxidativo en el organismo.
Impacto en el juicio y comportamiento: El MDMA puede generar una sensación de energía y euforia, mientras que el alcohol reduce las inhibiciones. Juntos, esto puede llevar a comportamientos impulsivos, como consumo excesivo, lesiones o actividades peligrosas.